En
Carabanchel, tu barrio y el mío,
te
fugaste en mayo, como querías, sin alboroto.
Nadie
como tú, irrepetible y ambiguo,
fue tan
pertinaz en el desánimo,
tan
lúcido en la perpetua ofuscación
de
abrir los ojos cada mañana
al
sueño absurdo de la existencia,
esa novia esquiva
neciamente obstinada en preferir otra cama.
Tal vez un beso allí, quizá mañana,
pero siempre al otro lado
de la puerta y el reloj y la condena
de vivir ahora, hoy, en un tiempo sin alas
para escapar de tantos muros.
Los que otros levantaron para ti
y los que tú inventaste
cuando no inventabas futuros imposibles,
insólitas historias con tu palabra fresca,
repleta de luz que cegaba de otoño
y raíz y paraíso y rabia y glaciar.
Cuántas veces, aborigen sureño de otros mundos,
te busqué en aquel sillón devastado y gris
donde ensamblamos cada año y cada tarde
el siniestro mecano de lo que tiene sentido,
regalando dimensiones de color
al plano dibujo de respirar sin fundamento.
Tantas como ahora sueño tu voz antigua
que me visita de madrugada
para hablarme, porque conviene,
de agujeros grises y papeles extraviados.
Miguel
Sandín 25-09-2008