S.B.H.A.C.

Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores - nº 2

Escritores Imposibles

Sáinz-Rozas

Blacksmith

Honorio

El Wili

Antonio Palma

Mario Meléndez

Escritores imposibles

Antonio Palma

Ruido confuso de voces (rumor). Luego se ve un hombre que se sabe libre por primera vez cinco años después. Aparece una calle irreal con bares, cafeterías por todos los lados. En el cristal del escaparate de cada uno de ellos se repite el mismo cartel: SE BUSCAN EMPLEADOS. No sabe por qué, pero cada vez que se acerca a ellos una rápida mano surge para retirar el anuncio. Manos de  todos los tipos: jóvenes, suaves, largas, delicadas, cansadas, desesperadas, y hasta conformes con la rutina de su destino, pero todas hacen desaparecer las ansiadas tres palabras. Un sudor frío comienza a brillar sobre su frente, muy despacio ésta se llena de gotas que se unen en surcos que recorren su expresión de miedo. Tan sólo le resta un bar, su última oportunidad. Se dirige hacia él hasta que oye el sonido de su propia risa. Lo siguiente es un sitio medio oscuro y extraño repleto de parroquianos  de aspecto extraño. Lucha entre ellos por hacerse sitio cargado con una bandeja llena de botellas etílicas. Siempre es lo mismo, siempre la gente, siempre la bandeja con botellas, pero cada vez está más cansado, más triste, más envejecido. Llega un momento en el que todos los que le rodean le miran fijamente y comienzan a reír, a reírse de él. Esas risas, esas risas que le atormentan no desaparecen hasta que todo se vuelve negro y  se alejan de él un segundo antes de sentirse tan deslumbrado que no puede abrir los ajos. Se protege con las manos intentando habituar sus ojos que, en cuanto pueden, perciben un ser celestial ¡Ve cada vez mejor, ya lo aprecia todo! No es más que una muchacha, como él, y no es especialmente bonita, pero hay algo en ella que hace que desee mirarla constantemente. Ella termina por sonreír, y unas chispeantes cosquillas les recorren a ambos estando por primera vez unidos en algo y deseando ya no separarse jamás. Pero se separan una mañana y otra y otra. Casi todas las mañanas para ir al mismo sitio medio oscuro, aunque ya no le miran los seres extraños para reírse de él, ahora cuchichean entre ellos en cuanto se les acerca para volver pronto a su alcohol y a sus grandes voces. Una vez junto con su amada mujercita, otra vez el bar, las imágenes se van turnando en una loca noria que parece no querer detenerse, no tener fin, y aunque es así hay que fijarse que van cambiando casi imperceptiblemente  sus caras,  sus cuerpos,  el ánimo. La rutina, la desesperanza en el presente y en el futuro, el miedo a una trampa de la que no se puede escapar, la soledad impuesta para esperar a unos encuentros que ya no nos traen la risa y el olvido. ¡Si pudiera romperlo todo y volver a empezar!... Acabaría cometiendo los mismos errores, repitiendo la misma vida. Son pocas las oportunidades que se le ofrecen a un ser como él, por ello surge la primera discusión, en realidad nada importante, algo casi anecdótico que a los pocos minutos les lleva al abrazo, al perdón y a los besos, pero no tarda en volver a suceder, y esta vez es más agria, más dura, más fría. Pronto se repiten con más asiduidad sin que pueda hacer nada para evitarlo, pero sufriendo siempre por ello...Cuando es consciente de lo que sucede la relación ha sido destruida ya, sólo existe la desconfianza, la incomprensión mutua, el rechazo, el dolor, el miedo al contrario. No quiere llegar a odiarla y está a punto de suceder, por lo que sale de casa sin saber a dónde ir, pero seguro de lo que siente y de que lo intentará de nuevo en otro lugar, lejos, muy lejos...tan lejos que llega a otra ciudad, pero en ella aparece de nuevo una calle repleta de cafeterías, bares y restaurantes. Pese a ello no desea repetir la misma historia, abandona a toda prisa la calle luchando por tener una vida distinta, pero las calles se suceden y en cada una de ellas lo que contempla es lo mismo. Llora de rabia, llora porque se siente en una prisión y la vida nunca debería sentirse como una prisión. La siguiente imagen, algo color sepia ya, es un lugar menos extraño en el que paran clientes menos extraños, lo que siente  como una oportunidad. Repleto de seres y risas va de una mesa a otra todo lo deprisa que puede recogiendo vasos vacíos y entregando vasos llenos de licor de colores distintos y sofisticados. Siempre sale cansado y siempre da un largo paseo hasta su casa, bueno, hasta el cuchitril pequeño e infecto donde duerme o simplemente se queda tumbado para pensar. La soledad y el pensamiento no son buenos aliados, traen la tristeza y el dolor, ese dolor del alma que se clava como un bisturí y que nada físico puede calmarlo. Llora, durante horas, durante días, años enteros llorando hasta que una mano suave acaricia su rostro para que desaparezcan todas las lágrimas que hay en él. Vuelve, después de un tiempo impreciso e infinito, a sonreír y nuevamente es el amor quien lo porta entre sus brazos. El mostrar cómo es él en realidad, el descubrimiento del otro, la pasión llena de tactos humanos...todo hace que vuelva a ser posible la felicidad. Pero esto es sólo una artimaña, un engaño, pronto se suceden los días y pronto la vida se convierte en esa insípida rutina de la que ya intentó huir en el pasado y que vuelve a sumirlo en la duda, duda que es más terrible que la cruel realidad. Sigue el amor y la relación, pero ya todo se encuentra infectado sin remedio, lo que lo llevará a tratar a su mujer con hiriente sarcasmo, con un desprecio impropio de él, pero en el fondo de su pozo de sufrimiento el miedo está venciendo. Termina por romperlo todo, la mujer desaparece entre incontrolables llantos y él se vuelve a sumir en la soledad, lo único que le queda. Cuando el corazón vuelve a poner en su sitio a la razón comprende que esta vez ha sido culpa suya, que el miedo a la libertad le ha llevado a romper con la mujer que amaba y ha infringirla un dolor innecesario, lo que le hace sentirse como un gusano, como el más despreciable de los seres que pueblan el aire, el mar y la tierra. El paso a desear el final está demasiado cerca: no hay más oportunidades para él, ha quebrado lo único que podría haberlo salvado. El ruido de la gente se hace cada vez más alto, hay un barullo impresionante compuesto de coches, autobuses, furgonetas, camiones y gente yendo de un lugar para otro con determinación inquebrantable. Sabe que pronto todos le mirarán a él y se reirán con un estruendo que lo volverá loco. Corre, corre, más y más deprisa, pero las piernas no le responden y parece que se desplazara a cámara lenta. La mayor de las angustias lo domina, pero ello no impide que todos comiencen a reírse de él. En calles y callejas, paseos y plazoletas, por cualquier lugar de la ciudad que transita los ciudadanos en cuanto le ven le señalan con el dedo y surge la odiada risa. No puede más, cree que va a enloquecer y su mente divagará sin retorno a la razón.  Su mente y sus piernas le llevan lejos, lejos, muy lejos, hasta un puente que cruza un río bravo y turbio que le recibe como a un invitado. Lo mira vagamente, como si tuviera que surgir una idea para verlo en toda su magnitud. La idea ha llegado: sólo tiene que subirse a la barandilla y resbalar al vacío para que todo esté bien, para que, por primera vez, todo esté bien. Desde lo alto del puente la realidad se ve pequeña, diminuta, tan frágil que casi pareciera que puedes con ella, pero sabe que no es así, que nunca es así. Quiere arrojarse, volar hasta que el sufrimiento se aleje por siempre de él. No puede, algo mucho más fuerte se lo impide...

        El grito de su propia voz le despierta. Aún confuso comprende que no ha sido más que una horrísona pesadilla. Más tranquilo ya, se revuelve en la cama para intentar conciliar de nuevo el sueño. Se encuentra algo alterado. Es su última noche en prisión. Mañana será libre.

Al principio todo le parecía como si fuera un enorme escenario, algo falso. Pero eso fue hace ya tiempo, la realidad terminó imponiéndose y definiendo medidas y límites y arrinconando así al olvido sus primeras apreciaciones. Todo tenía el aspecto que debía tener: confuso, complicado, difícil. Hasta hace poco él tenía todo un esquema sobre el que situarse: un horario regular, tres comidas, cama y unos enormes muros que lo convertían en un objeto manejado a la voluntad de unos completos desconocidos. Lo que todos conocen como falta de libertad, aunque más bien se trate de una retención física que acaba por aplastarte pese al esfuerzo titánico de no perder la capacidad de pensar por uno mismo. Quizá todo consista en eso, en aislarte de ti mismo, alejarte tanto que el pensamiento se convierta en un músculo atrofiado. Desde luego que él había perdido esa batalla, hincó sus rodillas y se olvidó de toda ética para que le dejaran salir antes de allí. Lloró en soledad por su valor, por la fuerza desaparecida al ser entregada al enemigo, por la dignidad que no se le sería devuelta hasta abandonar todo aquello...Y, sin embargo, el sueño resultó una estafa, un alegórico engaño de quien da la última carcajada. Volvía a tener un horario, volvía a estar encerrado ocho horas diarias y aún permanecía encadenado a un mísero lugar que no sentía como su casa. La libertad había sido eso, un mero ensancharse los muros que, porque no se pudieran ver, no significaba que no estuvieran ahí. Al principio, inconsciente de él, aun pensó que era diferente, hinchaba los pulmones creyendo que respirar los gases de la ciudad era respirar en libertad, que pasear de un lugar a otro era la libertad, que dormir hasta la hora que desease era la libertad, pero pronto percibió el artificio y la realidad le escupió en la cara sin ninguna compasión. No la había para casi nadie, cuanto menos para alguien como él. Sólo restaba la lucha, pero una lucha silenciosa que únicamente le incumbiera, todo lo demás podía seguir tal cual estaba: nunca había sido un héroe y no iba a serlo precisamente en ese momento. Deseaba modificar la realidad que lo aplastaba, pero únicamente su realidad, bastante complicado resultaba conseguir esta meta. Primero un trabajo, es decir, patearse la mitad de la ciudad persiguiendo inconscientemente a otros desesperados que le precedían en el mismo intento. Luego un apartamento, es decir, volver a seguir a otros desconocidos que tenían su misma intención. Y después ¿qué?.. Porque tener esas cosas básicas que necesitaba no daba sentido a una vida. Conseguirlas no había sido el final, tan sólo el inicio de algo que desconocía. Se levantaba por las mañanas a las seis y media, iba al taller en el que trabajaba donde pasaría la mayor parte del tiempo y al salir veía la misma desvaída luz de la mañana, lo que irremisiblemente le hacía sentirse atrapado en un tiempo inamovible. Corría a su casa intentando vivir un poco, hacer algo distinto, pero en cuanto llegaba se tumbaba en el sofá y todo el cansancio se acumulaba en sus hombros y solo el hambre lo levantaba para prepararse algo rápido y después meterse en la cama con un libro, pero el sueño le vencía en la misma página que había leído una y otra vez y de la que no conseguía pasar. Y esto un día y otro día y un millón de días más si no conseguía cambiar las cosas, pero quién es capaz de cambiar nada. Había momentos que sentía que no podría continuar, entonces pensaba en comprarse un arma, meterse en cualquier banco y saberse vivo durante unos minutos hasta que todo acabara con la huida, pero todo quedaba encerrado dentro de su cabeza, no quería más problemas, no quería más patio, más muros, más arbitrariedades de personas que lo manejaban como a un pelele. Cuando salió se juró que nunca más, y así sería por muchos problemas que tuviera. Tenía que encontrar un sentido a su vida, no ir dando tumbos de un lugar a otro sin una senda clara por la que transitar. Lo sabía, era plenamente consciente de ello, pero eso no contestaba tamaña pregunta. Siempre creyó que la ausencia de dolor era suficiente, pero esa ausencia no nos da la felicidad, ésta no es nunca la negación de algo, sino un sentido pleno en sí misma. Todo habían sido huidas, intentos vanos de construir una vida a partir de retazos de placer, de instantes inconexos de gozo que nunca le habían llevado a otra parte distinta de un nuevo ir hacia delante tanteando en la mayor oscuridad. Le ocurría que trabajando se ensimismaba en la contemplación de sus compañeros, como si así pudiera averiguar cuál era el sentido que cada uno de ellos daba a su vida, pero nada obtenía. Llegó incluso a preguntárselo a aquellos con los que más confianza tenía, y tras la expresión de sorpresa todos le contestaron más o menos lo mismo: el sentido de la vida es estar vivo, amar y ser amado, crear una familia por la que luchar y sentir que te da fuerzas para levantarte cada mañana, lo demás no eran más que entelequias, bonitas palabras hueras de sentido real, discursos filosóficos de quien solo se mira el propio ombligo. Quizás tuvieran razón y él se empeñaba en encontrar un imposible, quizá la vida se reduzca a algo tan simple como formar una familia para que una parte minúscula de ti perdure en los genes de los hijos y en los de los hijos de los hijos, un breve recordatorio que sería olvido muy pronto, perdido en la inmensidad del tiempo y del universo. Está bien, lo haría, pero sería más difícil de lo que se podía imaginar, era mucho el tiempo en que no trataba a las mujeres, que no tenía  una a su lado. Las salidas nocturnas en su día de descanso podían no ser la mejor idea, pero no se le ocurrió otra. Acompañaba a sus compañeros solteros en sus correrías, aunque muchos tan solo deseaban un polvo sin más complicaciones, para así conocer mujeres y encontrar entre ellas a la que convertir en madre de sus hijos. Como era fácil de prever, en ninguno de los locales que visitaba se encontraba nada parecido a sus deseos, por lo que terminó perdiendo el ánimo y abandonando estas actividades. Volvió a encerrarse en sí mismo, a beber en soledad más por rabia y frustración que para divertirse, transformándose en un ser resentido y triste. La rutina lo mantenía dentro de unos márgenes, pero el dolor y el miedo se habían apoderado de él: una nueva batalla perdida. Cuando una desazón profunda comenzó a dominarlo por entero volvió a surgir la desesperada idea de dejar el trabajo, su apartamento y largarse lejos de allí, a otra parte donde empezar no sabía muy bien qué. El sentido lo tenía la huida, el viaje en sí, no tanto donde llegara o lo que hiciera: ¡acabaría siendo lo mismo!, algo de lo que era íntegramente consciente. Tenía hasta decidido el día en que rompería la baraja cuando la cocinera del bar donde solía almorzar empezó a mirarlo de una manera muy distinta. Se trataba de una mujer sencilla, ni guapa ni fea, pero con una fuerza de carácter y una seguridad en sí misma que siempre había admirado. Hasta ese instante no había reparado demasiado en ella, como si por el simple hecho del lugar de encuentro ya la hubiera descalificado, pero no tardó en enmendar el error y, así, cada vez tardaba más en abandonar el bar, tanto que acabó por tener problemas con el encargado del taller. Al explicarle lo sucedido ella le comentó, con una tranquilidad que a él le resultaba imposible sentir, que lo mejor sería que se vieran fuera de sus respectivos trabajos. El primer encuentro lo vivió casi como una cita de adolescentes, pero ella tenía una dulzura que lo envolvió todo y que terminó por empaparle. Al final de la noche parecía que llevaran años conociéndose y un nudo gordiano los enlazó definitivamente. Cuando su boca sintió los cálidos labios de ella supo que la amaba. No sabría decir por qué, pero sí que ese sentimiento perduraría para siempre y que la felicidad podría encontrarse en él. Al final, la libertad puede que fuera eso, sencillamente eso.