S.B.H.A.C.

Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores - nº 2

Escritores Imposibles

Sáinz-Rozas

Blacksmith

Honorio

El Wili

Antonio Palma

Mario Meléndez

Escritores imposibles

Antonio Palma

Siempre es igual el dejarse llevar por los pensamientos. Es pasear de un lugar a otro recorriendo toda clase de sutilezas importantes o, por el contrario, el más fútil de los instantes perdidos. Pero hay una clase de intimidad que ella siente como la más remota y valiosa libertad: acercarse a rozar lo más recóndito de sí misma. El espejo le devuelve la imagen de una mujer madura, sabia por haber vuelto de las cosas que los años terminan por enseñarte aunque no quieras y que, sin embargo, nunca pierde del todo su inocencia. La mesa, repleta de cremas, leches hidratantes, aparatos para el pelo, pinturas, polvos y toda clase de frascos, es su pequeña isla. Sabe que es una tontería, pero alguna manera debe tener para trabajar, hacerse cargo de una casa y de un hijo en los peligrosos veinte y tantos y no acabar enferma por ello. Es sentarse a la mesa, ver su imagen nítida frente al espejo y sentir que se encuentra en una especie de refugio, donde nadie puede dañarla o hacerle mal alguno. Luego está el resto del mundo, salir ahí afuera y luchar en una vida cada vez más complicada o, al menos, es lo que ella piensa de su trabajo, de su hijo y del resto de problemas con los que tiene que enfrentarse diariamente. Pero tampoco hay que exagerar. Con precisión pasa la barra de carmín por sus labios y se levanta dejando sus pensamientos disolviéndose junto al espejo para marchar a la oficina en la que deberá demostrar a diario que no es la jefa por espurias razones y que es la mejor en lo que hace. Se acabaron lo pocos minutos dedicados a ella misma. Otro día más.

 El escenario tiene todos los ingredientes para revolver al más duro de los estómagos: un cuerpo de mujer destrozado a cuchilladas por todas partes, la habitación completamente revuelta y las paredes manchadas con la sangre que fue derramando la víctima en su lenta agonía. Desde luego, el dolor deformó su rostro, aunque no le diera tiempo a ver para qué letras servía su sangre. Es un espantoso cuadro que parece no tener explicación ¿Qué clase de persona es capaz de hacer una cosa así? ¿Qué sentido tiene el mensaje escrito? Desde luego se trata de un enfermo, alguien que no es capaz de distinguir lo más obvio de lo más sencillo, alguien cuyo universo no va más allá de su propia vida. Los numerosos miembros de la policía recogen todos los datos, los detalles más nimios en un intento de dar algún sentido a todo esto averiguando su autoría. Quizá sólo fuese un intento vano que no haría bien a casi nadie, quizá fuese la única manera de hacer descansar a aquellos a los que esta muerte ha destruido la paz de su corazón. En cualquier caso, algo hay que hacer, no pueden limitarse a trasladar el cuerpo para su inhumación y limpiar la habitación de tal manera que no quede ninguna constancia de ello. Como si no hubiera ocurrido, como si la muchacha no hubiera existido. Eso no es justo. Alguien tendrá que pagar por ello.

 El maquillarse es su pequeña tortura diaria. Por supuesto, hace lo que en este momento cree que es mejor, pero hay un precio para todo y en este caso es estar frente al espejo cambiando su cara por la de un estúpido sueño masculino. Su pelo, cada poro de su rostro y su cuello, el deseo en unos pechos siempre ofrecidos, sus piernas, larga sorpresa al final de todo su recorrido, todo tiene su forma y su truco previamente determinado. Nada se deja al azar. El pequeño pero coqueto apartamento en el que vive es su único lugar privado. No es un hogar, es un refugio. Su refugio. La noche, la agresiva ciudad, todos los desconocidos con los que trata, de los que siente que tiene que defenderse, le crea una pulsación constante ante lo que pueda pasar. Es una mujer y está sola, eso siempre lo tiene presente. Sabe cuidar de sí misma, al menos le ha ido bien hasta ahora, y confía en su instinto para no meterse en problemas. Puede que entregue su cuerpo por dinero, pero eso no hace de ella una persona muy diferente. Tiene sus seguridades y sus miedos, como casi todo el mundo, e intenta controlar su vida. Por lo demás, piensa que es casi feliz. Es imposible medirlo, pero hay más momentos que se siente bien, ha desaparecido la tristeza y no está enfadada con la vida. Mantiene cierto pulso y lo está ganando, es lo que se puede concluir de ella.

 Siempre se ha sentido diferente, desde niño. Había algo en él que hacía ver al resto como criaturas casi inferiores, casi todos lerdos o idiotas. A él no le costaba nada aprender, y sentía ridículo que los demás se afanaran tanto por algo tan sencillo. En su casa siempre se le ha tratado como igual, su madre es inflexible en eso, pero desde su infancia había sabido jugar perfectamente con los deseos de ella y los suyos propios. Sabe lo que quiere ver y eso es lo que le muestra, pero su vida siempre ha estado y está aparte. Un mundo único y maravilloso que constituye su ser y que nadie es capaz de imaginar. No necesita casi nada de los demás, un poco de ayuda y su capacidad para reducirlos al insulto. Da clases de matemáticas y aún no ha conseguido sorprenderse con nadie, un alumno siquiera al que enseñar de verdad. Pero el mundo es ancho y estéril y solo queda uno mismo. Lo demás, lo de ahí afuera, no es más que materia maleable según su propia voluntad. De eso carecen la mayoría de los demás, de verdadera voluntad, y eso los pierde a todos, siervos de sus pequeñas mezquindades que no son capaces de abandonar. No hay que depender de nadie. Casi no existen los demás.

 Está convencida de que le ha dado una buena educación a su hijo. Lleva toda su vida engañada perfectamente por él. Un doble juego, un doble mundo, dos esferas que no se superponen nunca la una a la otra. O una u otra, es así de sencillo. Ella hace poco que se independizó al irse él a vivir a otro barrio. Trabaja para sí misma, porque lleva mucho tiempo haciéndolo y porque le gusta. No es capaz de resistir demasiado en casa, enseguida se pone nerviosa y termina por salir y lanzarse a la calle. Siempre ha deseado vivir la vida a tragos, aunque muchas veces han sido amarguras las que ha tenido que soportar. La vida es difícil, pero lo es todavía peor si tienes que ser buena madre, buena trabajadora y buena ama de casa. Un equilibrio complicado y a punto de estallar la mayoría de las veces, pero que termina por resolverse de una manera o de otra, es la maravilla de la vida, que deja las cosas como deben estar. Al menos es lo que ella piensa. Lo que ella cree.

 La policía busca incansable al asesino, ¡no han vomitado por nada!, pero lo cierto es que no tiene muchas pistas. El asesino es hábil e inteligente, sobre todo muy inteligente. Se encargó de no dejar una sola huella o pelo o fibra o cualquier otra cosa que le delatase. Se encargó muy bien de limpiarlo todo, todo menos aquello que formaba parte de su representación. El que la mujer no presentara rasgos de haber sido violada les desconcertó al principio, pero terminó por encontrar sentido: había tenido relaciones pero aceptadas por la mujer. Hubo sexo, pero no violación. Aunque eso no rebaja en nada la opinión que tienen del sujeto. Lo odian y quieren atraparlo, lo que es perfectamente lógico teniendo en cuenta quienes son, cual es su trabajo y la sensibilidad que tienen ante todo este tipo de historias. Al fin y al cabo, ellos son los que encuentran los cuerpos sin vida, cuerpos en tales estados que resulta difícil acostumbrarse hasta para ellos mismos, si es que alguna vez lo consiguen. No tienen nada con lo que empezar, pero están seguros de que se trata de un psicópata, de un enfermo que podría volver a repetir el macabro acto o que podría tener enterrado algún cadáver que ellos desconozcan. Esto los mantiene muy nerviosos, y no es bueno que estén nerviosos. Los días se suceden sin que la investigación avance un ápice hasta que una casualidad hace que encuentren la punta de la madeja. El resto es rutina. 

La primavera avanza tímidamente en largas tardes de sol y a última hora su luz chorrea por los tejados y por las calles, callejones y avenidas del lado oeste. La noche está a punto de envolverlo todo y ella cruza muy despacio el parque para sentir esos últimos rayos que la vuelven a la niñez y por un instante todo es como si desapareciera, como si no pudiera hacerle jamás daño, pero en cuanto abre los ojos está ahí, impertérrito y sólido. El paseo se transforma en el caminar rápido de quien tiene que llegar a alguna parte. Su lugar de trabajo no es demasiado amplio, pero siempre puede ir de un rincón a otro, moverse y no sentirse pesada como cuando se queda parada. Así, acaban por dolerle los pies y entonces en un suplicio hasta que se quita los zapatos de tacón alto. No hay mucho ambiente, el mes y la semana no son los más propicios, pero sabe que si tiene paciencia y constancia no volverá de vacío a casa, al menos es lo que ella piensa. El tiempo transcurre pesado, un farro repleto de aburrimiento que la hunde en el sopor más profundo. Con cierta amargura corrige y cree que el día será como muchos, como todos los que se encierran en el cajón de los olvidados.

 Él no había querido irse de casa. Era lo último que hubiera deseado hacer, pero no le quedó otra solución. Tenía que castigar a su madre por todo lo que le había estado haciendo y pensó que su marcha le dolería tanto que terminaría por ceder, pero no fue así, aunque se escandalizó al principio, terminó por aceptarlo con una tranquilidad que terminó por hacer que él se sintiese el perjudicado. Con eso no pudo y una rabia nueva y poderosa fue empapándole hasta que terminó completamente mojado. Siempre había despreciado a los demás, no los sentía como iguales, pero no les concedía lo más nimio de su preocupación, y, sin embargo, ahora los detesta con todo su ser.  Por el contrario, ama incondicionalmente a su madre, aunque le hubiera hecho tanto daño. Era el único ser que existía fuera de sí mismo. Pero pese a ese amor, no puede creer lo que está oyendo. Su madre vocifera enfadada de verdad y le espeta todo lo que no admite discusión. Puede incluso que ella guarde razones que teme exponer, el caso es que no aguanta más,  el odio es más fuerte que el amor y huye avergonzado por ello ¡Cómo odiar a su propia madre! Baja a la calle y se pierde entre el gentío, ajeno a cualquiera de las miles de historias simultáneas que se crean y se rompen continuamente. Termina por reaccionar y sentir todos esos inútiles seres rodeándole y un vacío se abre bajo sus pies. Cae y cae por un tobogán interminable hasta que consigue levantarse un instante, el necesario para hacerse con parte del control del cuerpo que pone rumbo al silencio, a aquellos lugares por los que casi nadie transita y que son su salvación. Ahora ya no tiene que enfrentarse a ellos y el dominio completo de su persona retorna. Comienza a sentirse bien, tanto que decide que no es un mal momento para estar con una mujer, alguna despreciable, como lo son todas, y a las que gusta dominar por unos cuantos billetes. Piensa que es una magnífica opción. Sin embargo, y aunque él no se percate de ello, su nueva vida comienza aquí.

 Nada podía fallar. Ahora sabían quién era. No podían dejar pasar por alto ningún detalle, obviar un último resquicio por el que pudiera hacer una huída legal. Pero no tenían prisa. No es que les gustara que ese tipo anduviera suelto por las calles, pero lo tenían controlado, la vigilancia constante a la que estaba sometido les permitía intervenir en cualquier momento, en cuanto ese despreciable enfermo intentara volver a intentar lo más mínimo contra alguien. Aunque no parecía que ello volviera a suceder, al menos de momento. Eso lo tenían que reconocer. Su vida es casi la de cualquier joven de su edad, si no fuera por no trata con nadie más que con su madre. Tiene compañeros de trabajo, pero no son sus amigos, no salen juntos fuera del Centro de Estudios, no los trata fuera de allí. Parece que leer y ver películas son todos sus entretenimientos, siempre solo en casa. Pero ya le queda poco, muy poco. Pronto estará rodeado de iguales y de tiempo, un largo tiempo.

 Sale con la vaga noción de divertirse un poco. No lo hace mucho, pero hay días que la rutina en vez de ser su aliada se vuelve insoportable. La calle está llena de gente, la noche saca a hombres y mujeres como a murciélagos, esos animales tan repulsivos. Termina por entrar en el bar más vacío que encuentra, pedirse una copa y situarse en el ángulo más alejado. Bebe. Despacio. Tampoco suele beber, no necesita ninguna sustancia para encontrarse feliz, pero no le resulta desagradable. Un trago, notar el líquido atravesando la garganta y cayendo hasta perderse en su interior. Calor, algo que inunda siendo inaprensible. Y la noche, que no se sabe que puede traer. Otro trago, la misma sensación, pero el sabor empieza a detectarse. Nuevo trago, un poco más largo, ahora le gusta lo que bebe, es muy agradable al paladar. Otra sensación aparece, es como un silencio dichoso, algo extraño que siente por primera vez. En realidad no lo es, su recuerdo lo ha traicionado sólo un segundo, pero lo recuerda, algo vagamente, como si hubiera sucedido hace mucho tiempo y en un grado mucho menor. Sonríe, se bebe el resto de un sorbo y pide otra. En cuanto la tiene frente a él, bebe con fruición, con cierto desmedido empeño. Cada vez un poco más que la anterior. No tarda en encontrar el final del vaso. Paga y se marcha más fuerte que nunca. Su masculinidad le corre por todo el cuerpo y siente que tiene necesidad de vaciarse en una mujer. Sus pasos toman el camino de una zona conocida y algunas veces transitada siempre con el mismo objeto. Otra cosa no tendría ningún sentido. Algo alejada de las demás se encuentra una morena, de unos veinte años largos, cuerpo fibroso y pecho abundante. Pero aunque haya analizado su físico, es esa soledad lo que le atrae de ella. Se acerca, intercambian palabras estúpidas hasta llegar a lo realmente importante, al negocio, a la razón de que ambos estén allí. No tardan en ponerse de acuerdo. Él no regatea. Al no disponer de coche, la joven le ofrece una habitación muy cerca, pero se niega. No sabe por qué, pero lo que desea es que la lleve a su casa. Ella lo insulta y grita, pero termina por aceptar, tampoco sabe por qué. No tardan en llegar en un taxi a un pequeño apartamento abuhardillado en el centro mismo de la ciudad. Es coqueto, y cómodo. Todo está cerca. No hay besos, no hay abrazos, se dan una ducha, se secan y se van directamente a la cama. Él parece tener una sed espantosa y la enviste con cierta violencia una y otra vez. No llega. Dentro de su cuerpo siente las sacudidas como si no tuvieran final, como si lo dominara una resistencia prodigiosa. El agarrotamiento de la postura siempre mantenida y del esfuerzo que tiene que realizar hace que aparezca el cansancio. No va a poder aguantar mucho más. Al final no es necesario, él se vacía con un grito que tiene algo de siniestro y su cuerpo se vuelve laceo. No dicen una palabra. La muchacha comprende que no es el tipo de persona que le guste hablar. Es amigo del silencio, y lo guarda. Tras unos segundos de recuperación se marcha al baño, donde se vuelve a duchar. Nada de ella, ni el más mínimo rastro de su olor. No sabe por qué, pero siente hambre. Va a la cocina y abre el frigorífico. Echa una mirada y nada le resulta atractivo, al final se decide por una manzana, la mordisquea y, al volverse descubre un juego de cuchillos sobre la encimera. Coge uno, luego lo deja para elegir uno mayor. Este le gusta ¿Qué se debe sentir cuando le quitas la vida a alguien? Vuelve a la habitación y ella no comprende nada hasta que es demasiado tarde. Su cuello ha sido cortado de un lado a otro. Su cara se contrae con expresión de dolor. Ya no tiene vida, pero no da muestras de importarle. Clava el cuchillo en el cuerpo una vez, luego otra más rápido, una y otra vez, una y otra vez. Siente una rabia extraña que le domina, pero es un espejismo. Recuperado, con tranquilidad, le abre el vientre desde la nuez hasta el vello púbico. Se aleja, contempla la escena y regresa a hacer modificaciones. Una idea obsesiva le asalta. Busca por toda la casa hasta encontrar lo más parecido a una brocha. La introduce por el interior del cuerpo despedazado y la empapa, se pone enfrente de una pared y escribe unas palabras. Observa todo con una beatitud creciente. Busca dentro de sí mismo pero no siente nada enorme o dramático, quizá cierto atisbo de vulgaridad. Posee un pensamiento práctico. Resta mucho trabajo por delante. Suprimir su presencia en aquel lugar.

 El mundo entero se derrumbó bajo sus pies. El dolor más intenso que jamás hubiera imaginado se apoderó de ella y ya no la abandona jamás. Estaba preparada para lo más horrible, para un accidente, un enfermedad grave, incluso su muerte, y es indescriptible para una madre la muerte de su hijo. Para todo, menos para esto. Las imágenes en televisión no le permitieron tener ninguna duda, él tampoco trató de ocultarse. Su mundo desapareció. El mundo desapareció y no sabe cómo regresar a él. Al dolor se une la vergüenza, la duda, la culpabilidad ¿Qué clase de ser había traído a este mundo? ¿Qué clase de monstruo surgió de sus entrañas? Y se odió, con un odio profundo, antiguo, irremisible. Toda su vida había sido un completo absurdo. No importaba, ya nada importaba. Sus uñas se clavan en su vientre cada vez con más fuerza, con más violencia. Nunca dejará de hundirlas en su cuerpo. Hasta el final.