Antonio Palma
Siempre es igual el dejarse llevar por
los pensamientos. Es pasear de un lugar a otro recorriendo toda clase de
sutilezas importantes o, por el contrario, el más fútil de los
instantes perdidos. Pero hay una clase de intimidad que ella siente como
la más remota y valiosa libertad: acercarse a rozar lo más recóndito
de sí misma. El espejo le devuelve la imagen de una mujer madura, sabia
por haber vuelto de las cosas que los años terminan por enseñarte
aunque no quieras y que, sin embargo, nunca pierde del todo su
inocencia. La mesa, repleta de cremas, leches hidratantes, aparatos para
el pelo, pinturas, polvos y toda clase de frascos, es su pequeña isla.
Sabe que es una tontería, pero alguna manera debe tener para trabajar,
hacerse cargo de una casa y de un hijo en los peligrosos veinte y tantos
y no acabar enferma por ello. Es sentarse a la mesa, ver su imagen nítida
frente al espejo y sentir que se encuentra en una especie de refugio,
donde nadie puede dañarla o hacerle mal alguno. Luego está el resto
del mundo, salir ahí afuera y luchar en una vida cada vez más
complicada o, al menos, es lo que ella piensa de su trabajo, de su hijo
y del resto de problemas con los que tiene que enfrentarse diariamente.
Pero tampoco hay que exagerar. Con precisión pasa la barra de carmín
por sus labios y se levanta dejando sus pensamientos disolviéndose
junto al espejo para marchar a la oficina en la que deberá demostrar a
diario que no es la jefa por espurias razones y que es la mejor en lo
que hace. Se acabaron lo pocos minutos dedicados a ella misma. Otro día
más.
El escenario tiene todos los
ingredientes para revolver al más duro de los estómagos: un cuerpo de
mujer destrozado a cuchilladas por todas partes, la habitación
completamente revuelta y las paredes manchadas con la sangre que fue
derramando la víctima en su lenta agonía. Desde luego, el dolor deformó
su rostro, aunque no le diera tiempo a ver para qué letras servía su
sangre. Es un espantoso cuadro que parece no tener explicación ¿Qué
clase de persona es capaz de hacer una cosa así? ¿Qué sentido tiene
el mensaje escrito? Desde luego se trata de un enfermo, alguien que no
es capaz de distinguir lo más obvio de lo más sencillo, alguien cuyo
universo no va más allá de su propia vida. Los numerosos miembros de
la policía recogen todos los datos, los detalles más nimios en un
intento de dar algún sentido a todo esto averiguando su autoría. Quizá
sólo fuese un intento vano que no haría bien a casi nadie, quizá
fuese la única manera de hacer descansar a aquellos a los que esta
muerte ha destruido la paz de su corazón. En cualquier caso, algo hay
que hacer, no pueden limitarse a trasladar el cuerpo para su inhumación
y limpiar la habitación de tal manera que no quede ninguna constancia
de ello. Como si no hubiera ocurrido, como si la muchacha no hubiera
existido. Eso no es justo. Alguien tendrá que pagar por ello.
El maquillarse es su pequeña
tortura diaria. Por supuesto, hace lo que en este momento cree que es
mejor, pero hay un precio para todo y en este caso es estar frente al
espejo cambiando su cara por la de un estúpido sueño masculino. Su
pelo, cada poro de su rostro y su cuello, el deseo en unos pechos
siempre ofrecidos, sus piernas, larga sorpresa al final de todo su
recorrido, todo tiene su forma y su truco previamente determinado. Nada
se deja al azar. El pequeño pero coqueto apartamento en el que vive es
su único lugar privado. No es un hogar, es un refugio. Su refugio. La
noche, la agresiva ciudad, todos los desconocidos con los que trata, de
los que siente que tiene que defenderse, le crea una pulsación
constante ante lo que pueda pasar. Es una mujer y está sola, eso
siempre lo tiene presente. Sabe cuidar de sí misma, al menos le ha ido
bien hasta ahora, y confía en su instinto para no meterse en problemas.
Puede que entregue su cuerpo por dinero, pero eso no hace de ella una
persona muy diferente. Tiene sus seguridades y sus miedos, como casi
todo el mundo, e intenta controlar su vida. Por lo demás, piensa que es
casi feliz. Es imposible medirlo, pero hay más momentos que se siente
bien, ha desaparecido la tristeza y no está enfadada con la vida.
Mantiene cierto pulso y lo está ganando, es lo que se puede concluir de
ella.
Siempre se ha sentido diferente,
desde niño. Había algo en él que hacía ver al resto como criaturas
casi inferiores, casi todos lerdos o idiotas. A él no le costaba nada
aprender, y sentía ridículo que los demás se afanaran tanto por algo
tan sencillo. En su casa siempre se le ha tratado como igual, su madre
es inflexible en eso, pero desde su infancia había sabido jugar
perfectamente con los deseos de ella y los suyos propios. Sabe lo que
quiere ver y eso es lo que le muestra, pero su vida siempre ha estado y
está aparte. Un mundo único y maravilloso que constituye su ser y que
nadie es capaz de imaginar. No necesita casi nada de los demás, un poco
de ayuda y su capacidad para reducirlos al insulto. Da clases de matemáticas
y aún no ha conseguido sorprenderse con nadie, un alumno siquiera al
que enseñar de verdad. Pero el mundo es ancho y estéril y solo queda
uno mismo. Lo demás, lo de ahí afuera, no es más que materia maleable
según su propia voluntad. De eso carecen la mayoría de los demás, de
verdadera voluntad, y eso los pierde a todos, siervos de sus pequeñas
mezquindades que no son capaces de abandonar. No hay que depender de
nadie. Casi no existen los demás.
Está convencida de que le ha dado
una buena educación a su hijo. Lleva toda su vida engañada
perfectamente por él. Un doble juego, un doble mundo, dos esferas que
no se superponen nunca la una a la otra. O una u otra, es así de
sencillo. Ella hace poco que se independizó al irse él a vivir a otro
barrio. Trabaja para sí misma, porque lleva mucho tiempo haciéndolo y
porque le gusta. No es capaz de resistir demasiado en casa, enseguida se
pone nerviosa y termina por salir y lanzarse a la calle. Siempre ha
deseado vivir la vida a tragos, aunque muchas veces han sido amarguras
las que ha tenido que soportar. La vida es difícil, pero lo es todavía
peor si tienes que ser buena madre, buena trabajadora y buena ama de
casa. Un equilibrio complicado y a punto de estallar la mayoría de las
veces, pero que termina por resolverse de una manera o de otra, es la
maravilla de la vida, que deja las cosas como deben estar. Al menos es
lo que ella piensa. Lo que ella cree.
La policía busca incansable al
asesino, ¡no han vomitado por nada!, pero lo cierto es que no tiene
muchas pistas. El asesino es hábil e inteligente, sobre todo muy
inteligente. Se encargó de no dejar una sola huella o pelo o fibra o
cualquier otra cosa que le delatase. Se encargó muy bien de limpiarlo
todo, todo menos aquello que formaba parte de su representación. El que
la mujer no presentara rasgos de haber sido violada les desconcertó al
principio, pero terminó por encontrar sentido: había tenido relaciones
pero aceptadas por la mujer. Hubo sexo, pero no violación. Aunque eso
no rebaja en nada la opinión que tienen del sujeto. Lo odian y quieren
atraparlo, lo que es perfectamente lógico teniendo en cuenta quienes
son, cual es su trabajo y la sensibilidad que tienen ante todo este tipo
de historias. Al fin y al cabo, ellos son los que encuentran los cuerpos
sin vida, cuerpos en tales estados que resulta difícil acostumbrarse
hasta para ellos mismos, si es que alguna vez lo consiguen. No tienen
nada con lo que empezar, pero están seguros de que se trata de un psicópata,
de un enfermo que podría volver a repetir el macabro acto o que podría
tener enterrado algún cadáver que ellos desconozcan. Esto los mantiene
muy nerviosos, y no es bueno que estén nerviosos. Los días se suceden
sin que la investigación avance un ápice hasta que una casualidad hace
que encuentren la punta de la madeja. El resto es rutina.
La primavera avanza tímidamente en
largas tardes de sol y a última hora su luz chorrea por los tejados y
por las calles, callejones y avenidas del lado oeste. La noche está a
punto de envolverlo todo y ella cruza muy despacio el parque para sentir
esos últimos rayos que la vuelven a la niñez y por un instante todo es
como si desapareciera, como si no pudiera hacerle jamás daño, pero en
cuanto abre los ojos está ahí, impertérrito y sólido. El paseo se
transforma en el caminar rápido de quien tiene que llegar a alguna
parte. Su lugar de trabajo no es demasiado amplio, pero siempre puede ir
de un rincón a otro, moverse y no sentirse pesada como cuando se queda
parada. Así, acaban por dolerle los pies y entonces en un suplicio
hasta que se quita los zapatos de tacón alto. No hay mucho ambiente, el
mes y la semana no son los más propicios, pero sabe que si tiene
paciencia y constancia no volverá de vacío a casa, al menos es lo que
ella piensa. El tiempo transcurre pesado, un farro repleto de
aburrimiento que la hunde en el sopor más profundo. Con cierta amargura
corrige y cree que el día será como muchos, como todos los que se
encierran en el cajón de los olvidados.
Él no había querido irse de casa.
Era lo último que hubiera deseado hacer, pero no le quedó otra solución.
Tenía que castigar a su madre por todo lo que le había estado haciendo
y pensó que su marcha le dolería tanto que terminaría por ceder, pero
no fue así, aunque se escandalizó al principio, terminó por aceptarlo
con una tranquilidad que terminó por hacer que él se sintiese el
perjudicado. Con eso no pudo y una rabia nueva y poderosa fue empapándole
hasta que terminó completamente mojado. Siempre había despreciado a
los demás, no los sentía como iguales, pero no les concedía lo más
nimio de su preocupación, y, sin embargo, ahora los detesta con todo su
ser. Por el contrario, ama incondicionalmente a su madre, aunque
le hubiera hecho tanto daño. Era el único ser que existía fuera de sí
mismo. Pero pese a ese amor, no puede creer lo que está oyendo. Su
madre vocifera enfadada de verdad y le espeta todo lo que no admite
discusión. Puede incluso que ella guarde razones que teme exponer, el
caso es que no aguanta más, el
odio es más fuerte que el amor y huye avergonzado por ello ¡Cómo
odiar a su propia madre! Baja a la calle y se pierde entre el gentío,
ajeno a cualquiera de las miles de historias simultáneas que se crean y
se rompen continuamente. Termina por reaccionar y sentir todos esos inútiles
seres rodeándole y un vacío se abre bajo sus pies. Cae y cae por un
tobogán interminable hasta que consigue levantarse un instante, el
necesario para hacerse con parte del control del cuerpo que pone rumbo
al silencio, a aquellos lugares por los que casi nadie transita y que
son su salvación. Ahora ya no tiene que enfrentarse a ellos y el
dominio completo de su persona retorna. Comienza a sentirse bien, tanto
que decide que no es un mal momento para estar con una mujer, alguna
despreciable, como lo son todas, y a las que gusta dominar por unos
cuantos billetes. Piensa que es una magnífica opción. Sin embargo, y
aunque él no se percate de ello, su nueva vida comienza aquí.
Nada podía fallar. Ahora sabían
quién era. No podían dejar pasar por alto ningún detalle, obviar un
último resquicio por el que pudiera hacer una huída legal. Pero no tenían
prisa. No es que les gustara que ese tipo anduviera suelto por las
calles, pero lo tenían controlado, la vigilancia constante a la que
estaba sometido les permitía intervenir en cualquier momento, en cuanto
ese despreciable enfermo intentara volver a intentar lo más mínimo
contra alguien. Aunque no parecía que ello volviera a suceder, al menos
de momento. Eso lo tenían que reconocer. Su vida es casi la de
cualquier joven de su edad, si no fuera por no trata con nadie más que
con su madre. Tiene compañeros de trabajo, pero no son sus amigos, no
salen juntos fuera del Centro de Estudios, no los trata fuera de allí.
Parece que leer y ver películas son todos sus entretenimientos, siempre
solo en casa. Pero ya le queda poco, muy poco. Pronto estará rodeado de
iguales y de tiempo, un largo tiempo.
Sale con la vaga noción de
divertirse un poco. No lo hace mucho, pero hay días que la rutina en
vez de ser su aliada se vuelve insoportable. La calle está llena de
gente, la noche saca a hombres y mujeres como a murciélagos, esos
animales tan repulsivos. Termina por entrar en el bar más vacío que
encuentra, pedirse una copa y situarse en el ángulo más alejado. Bebe.
Despacio. Tampoco suele beber, no necesita ninguna sustancia para
encontrarse feliz, pero no le resulta desagradable. Un trago, notar el líquido
atravesando la garganta y cayendo hasta perderse en su interior. Calor,
algo que inunda siendo inaprensible. Y la noche, que no se sabe que
puede traer. Otro trago, la misma sensación, pero el sabor empieza a
detectarse. Nuevo trago, un poco más largo, ahora le gusta lo que bebe,
es muy agradable al paladar. Otra sensación aparece, es como un
silencio dichoso, algo extraño que siente por primera vez. En realidad
no lo es, su recuerdo lo ha traicionado sólo un segundo, pero lo
recuerda, algo vagamente, como si hubiera sucedido hace mucho tiempo y
en un grado mucho menor. Sonríe, se bebe el resto de un sorbo y pide
otra. En cuanto la tiene frente a él, bebe con fruición, con cierto
desmedido empeño. Cada vez un poco más que la anterior. No tarda en
encontrar el final del vaso. Paga y se marcha más fuerte que nunca. Su
masculinidad le corre por todo el cuerpo y siente que tiene necesidad de
vaciarse en una mujer. Sus pasos toman el camino de una zona conocida y
algunas veces transitada siempre con el mismo objeto. Otra cosa no tendría
ningún sentido. Algo alejada de las demás se encuentra una morena, de
unos veinte años largos, cuerpo fibroso y pecho abundante. Pero aunque
haya analizado su físico, es esa soledad lo que le atrae de ella. Se
acerca, intercambian palabras estúpidas hasta llegar a lo realmente
importante, al negocio, a la razón de que ambos estén allí. No tardan
en ponerse de acuerdo. Él no regatea. Al no disponer de coche, la joven
le ofrece una habitación muy cerca, pero se niega. No sabe por qué,
pero lo que desea es que la lleve a su casa. Ella lo insulta y grita,
pero termina por aceptar, tampoco sabe por qué. No tardan en llegar en
un taxi a un pequeño apartamento abuhardillado en el centro mismo de la
ciudad. Es coqueto, y cómodo. Todo está cerca. No hay besos, no hay
abrazos, se dan una ducha, se secan y se van directamente a la cama. Él
parece tener una sed espantosa y la enviste con cierta violencia una y
otra vez. No llega. Dentro de su cuerpo siente las sacudidas como si no
tuvieran final, como si lo dominara una resistencia prodigiosa. El
agarrotamiento de la postura siempre mantenida y del esfuerzo que tiene
que realizar hace que aparezca el cansancio. No va a poder aguantar
mucho más. Al final no es necesario, él se vacía con un grito que
tiene algo de siniestro y su cuerpo se vuelve laceo. No dicen una
palabra. La muchacha comprende que no es el tipo de persona que le guste
hablar. Es amigo del silencio, y lo guarda. Tras unos segundos de
recuperación se marcha al baño, donde se vuelve a duchar. Nada de
ella, ni el más mínimo rastro de su olor. No sabe por qué, pero
siente hambre. Va a la cocina y abre el frigorífico. Echa una mirada y
nada le resulta atractivo, al final se decide por una manzana, la
mordisquea y, al volverse descubre un juego de cuchillos sobre la
encimera. Coge uno, luego lo deja para elegir uno mayor. Este le gusta
¿Qué se debe sentir cuando le quitas la vida a alguien? Vuelve a la
habitación y ella no comprende nada hasta que es demasiado tarde. Su
cuello ha sido cortado de un lado a otro. Su cara se contrae con expresión
de dolor. Ya no tiene vida, pero no da muestras de importarle. Clava el
cuchillo en el cuerpo una vez, luego otra más rápido, una y otra vez,
una y otra vez. Siente una rabia extraña que le domina, pero es un
espejismo. Recuperado, con tranquilidad, le abre el vientre desde la
nuez hasta el vello púbico. Se aleja, contempla la escena y regresa a
hacer modificaciones. Una idea obsesiva le asalta. Busca por toda la
casa hasta encontrar lo más parecido a una brocha. La introduce por el
interior del cuerpo despedazado y la empapa, se pone enfrente de una
pared y escribe unas palabras. Observa todo con una beatitud creciente.
Busca dentro de sí mismo pero no siente nada enorme o dramático, quizá
cierto atisbo de vulgaridad. Posee un pensamiento práctico. Resta mucho
trabajo por delante. Suprimir su presencia en aquel lugar.
El mundo entero se derrumbó bajo
sus pies. El dolor más intenso que jamás hubiera imaginado se apoderó
de ella y ya no la abandona jamás. Estaba preparada para lo más
horrible, para un accidente, un enfermedad grave, incluso su muerte, y
es indescriptible para una madre la muerte de su hijo. Para todo, menos
para esto. Las imágenes en televisión no le permitieron tener ninguna
duda, él tampoco trató de ocultarse. Su mundo desapareció. El mundo
desapareció y no sabe cómo regresar a él. Al dolor se une la vergüenza,
la duda, la culpabilidad ¿Qué clase de ser había traído a este
mundo? ¿Qué clase de monstruo surgió de sus entrañas? Y se odió,
con un odio profundo, antiguo, irremisible. Toda su vida había sido un
completo absurdo. No importaba, ya nada importaba. Sus uñas se clavan
en su vientre cada vez con más fuerza, con más violencia. Nunca dejará
de hundirlas en su cuerpo. Hasta el final. |