S.B.H.A.C.

Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores - nº 2

Escritores Imposibles

Sáinz-Rozas

Blacksmith

Honorio

El Wili

Antonio Palma

Mario Meléndez

Escritores imposibles

HAMBRE

De El Wili

RELATO PRIMERO: NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE.

Ha sido una suculenta comida y a pesar del plato final (gran vaso de agua con dos Alka-seltzer), no se han ido aún los sabores de mi boca, que en estos precisos momentos son ayudados por sofocados eructos que suben desde el fondo de mi estómago y explotan como globos en mi garganta. Solamente es una vez al mes, aunque a veces pasa más tiempo. Pero es un día de pequeño gozo. Había comido muy poco en el almuerzo y nada en la merienda para llegar a la noche con apetito. Nunca he pasado hambre en mi corta vida, pero de pascuas a ramos me atrae la idea de sentarme en un buen restaurante y saborear comidas cuyo costo me es prohibitivo. Y no es por hambre, es sólo, como digo, por placer. Tengo incluso un habano —regalo de un amigo desprendido— y llevo un rato dudando si fumármelo ahorita mismo o esperar a que llegue a casa y, repantigado en mi sillón favorito, disfrutar del aroma del tío Fidel. A mi alrededor todos comen con avidez y por más que clavo mis ojos en sus nucas, nadie levanta la cabeza y sonríe o dice: ¡Estupenda esta pepitoria! Ni siquiera las parejas hilan una conversación larga que no trate de sus trabajos, de costos, presupuestos, y todas esas infernales cosas que sólo existen en sus desvariadas imaginaciones. Al salir intenté decir algo como: "Buen provecho", algo que indicara que aunque habíamos estado todos separados por las mesas, me importaba que su cena fuese grata. Empero, en aquel restaurante tan lujoso tal guisa se me hizo ridícula. Desde la ventanilla del taxi que me lleva a casa intenté captar alguna mirada significativa. Alguien que me mirara o que mirara fijamente, de verdad, a la persona que la acompañaba. Al pagar al taxista lo miré con calor, con bondad, quería ver si era posible arrancarle algo más que las mecánicas palabras del conteo de los billetes. Fue inútil. Está claro que a pesar de tener HAMBRE, ese HAMBRE insaciable que nos come las entrañas a todos, no es capaz de comer.

RELATO SEGUNDO: NI DE LA GRACIA DE LOS DIOSES

Otra tarde aburrida. Y además llueve tontamente —con la falta que hace—, desvaídas y sin fuerzas, unas diminutas gotas apenas empañan los cristales. Como otro montón de tardes de las que ya hace mucho tiempo perdí la cuenta, no tengo nada qué hacer. Yo, un ser humano de treinta años de muerte. NO TENGO NADA QUE HACER ESTA TARDE. He remirado ya cuatro veces la cartelera de espectáculos. Llevan cien años poniendo la misma película. Estoy tumbado en el sofá, con un cojín grandísimo en la cara que me impide ver otra multivez el mismo cuarto de siempre. Sé lo que voy a hacer dentro de un momento y, por eso mismo, estoy intentando borrar de mi cabeza todo vestigio de la biblioteca que está en la pared de enfrente. Cuando lo consiga, me levantaré de un  salto y tomaré el primer volumen que agarre. Aunque sé que esto es mentira. Lo he hecho, pero me he quedado tieso como un palo ante los estantes llenos de libros. Es tontería que abra los ojos, sé dónde está cada uno de mis libros e inconscientemente ya estoy haciendo una rápida selección de lo que no leería si cogiera. Por fin me decido, tomo a Poe con las manos, acarició la narración de Arthur Gordon Pym. Imposible abrir sus páginas, mil veces he intentado terminar la historia que Edgar no quiso concluir. Es una historia que no tiene final posible. Abandono el libro y vuelvo a sentir HAMBRE, un HAMBRE que me está royendo lenta e inexorablemente.

RELATO TERCERO: NI CON EL SUDOR DE SU FRENTE

—Te quiero amor mío.

Lo ha dicho por cuarta vez en el corto espacio de quince minutos que llevamos juntos. Nos conocimos hace algún tiempo. Y la amo profundamente, con un amor de esos que duraría toda la vida. Desde hace unos meses la veo casi todos los días y me he propuesto no dejar de verla. La soledad es dura y ella sabe acompañarme cuando mi  HAMBRE se hace insoportable.

—Y yo a ti, Anabelle.

Sé que si no se lo hubiera dicho ahora mismo, ella me lo habría recordado con alguno de sus trucos. La llamé esta mañana para cenar juntos, sabía que me invitaría a su piso y que prepararía exquisitos platos. Hemos cenado despacito, masticando cada bocado, sin ruidos y con abundante uso de servilletas (cosa inusual en mí). Toda ha sido estupendo, pero a los postres he tenido miedo de ella, la he visto alzar el cuchillo para pelar la fruta con el mismo ademán que un asesino para degollar a su víctima.

Después hemos hecho el amor, también muy despacio, suavemente entrelazados al gusto tántrico. Con jadeos muy lentos, quedos y dulces. Finalmente, nuestros ojos se han posado en el techo. Noto su piel refrescante y el techo se transforma en un cielo estrellado con una pálida luna y un Venus de guiños maliciosos.

—¿Por qué seguimos así? —pregunta—, ¿no sería mejor que dejáramos este tinglado y uno de los dos se viniera a vivir a casa del otro?

—No, Anabelle, ya te he dicho que no podría convivir en mi piso con otra persona, y que en tu casa me sentiría como invitado.

—¡Eso son tonterías! —responde agitada—. Además, tú sabes que eso no iba a ocurrir. A veces me haces dudar de tus sentimientos.

—Sabes que te quiero.

—Demuéstralo.

Siempre que sale esta conversación mi miedo hacia ella aumenta. Al mirarla de nuevo, me imagino la eternidad en esta cama. Y sin poderlo evitar, el estómago me estalla en gemidos.

Vivir con ella toda la vida sería antropofagia. Ha sido una idea que me ha venido a la mente como una pedrada.

—Anabelle, tengo HAMBRE.

RELATO CUARTO: ¿SABEMOS YA EL PLATO FUERTE DEL FUTURO BANQUETE?

Ha sido una ardua tarea. La conocí el mes pasado cuando entró a trabajar en mi empresa. Tiene veintinueve años, y a pesar de tan madura edad, se la ve cohibida en el sofá. Tuve que insistir varias veces antes de que consintiera venir a mi casa a oír los últimos discos que había comprado. Hemos saboreado las bebidas sin levantar la vista del suelo y hemos puesto ojos de éxtasis cada vez que la música se metía en el cerebro y nos sacaba del cuarto.

En el ambiente flota algo extraño que nos separa y nos impide mirarnos a los ojos. Ella tiene síntomas de víctima y yo cara de caníbal. Los dos sabemos a lo que hemos venido. Al principio se sentó en el extremo más alejado del sofá. Me costó duros esfuerzos hacerla comprender que estaríamos mejor juntos. Después, ella misma ha apoyado su cabeza en mi pecho, pero no ha vuelto a abrir los ojos desde entonces.

Llevo algunos minutos pensando si no le habrá ocurrido algo, pues su inmovilidad es total. Tímidamente, he decidido llevar mi mano hasta sus pechos. Su piel se tensó un poco, pero aceptó la caricia. Decido pasar mi mano por su espalda y poco a poco acerco mis labios a los suyos.

Ha sido un beso apasionado pero terrible. He tenido unas tremendas ganas de morder sus labios. Finalmente consigo desnudarla. Su cara parece ahora encendida por una luz roja y húmeda, con brillos suaves que se desvanecen por el sofá. Busco su sexo y la hurgo con el mismo cuidado que un buscador de pepitas de oro.

Más tarde se decide a hablar, prácticamente por primera vez en toda la tarde.

—Jamás lo había pasado igual. Espero que no te hayas aburrido conmigo, no tengo mucha experiencia.

—No te preocupes —le consuelo—, yo tampoco.

—Pues lo haces muy bien.

Me encojo de hombros. Es curioso, pero no siento HAMBRE en este momento. más bien siento necesidad de darme una vuelta por el bulevar.

—Nunca pensé que fueras realmente tan cariñoso, pareces un hombre duro y solitario —agrega.

—Ya ves, tu miedo era injustificado.

Esta mañana, —dice—, cuando me lo propusiste, en el fondo vine porque no sabía cómo negarme.

—No te entiendo.

—No sé, quizá la falta de costumbre, y también un montón de tonterías que todos tenemos en la cabeza.

—Déjalas.

—Las próximas veces que haga el amor contigo trataré de que mi papel sea más activo. Aunque debo reprocharte que ni siquiera me has dicho una sola palabra de amor, es como si tuviera una rara sensación de hambre.

—Lo del HAMBRE es una enfermedad generalizada, y esto que acabamos de hacer es el aperitivo de alguna futura comida jamás soñada.

—¿Sí?

RELATO QUINTO: UN FINAL FELIZ.

Washington.— (EE.UU.) De nuestro corresponsal Alfaro Lero.

En la serie de reuniones celebradas ayer en la Casa Blanca por el presidente y sus consejeros de cara al conflicto en Mazonia, se ha decidido que si la intervención de la U.R.S.S. se produce, la respuesta del pueblo norteamericano no se hará esperar. Por algo los Estados Unidos han asumido la responsabilidad de llevar el fuego sagrado de la libertad a los países amenazados por el totalitarismo soviético.

En Mazonia, mientras tanto, la situación empeora y el grupo de militares prooccidentales que hace una semana dieron el golpe de estado, aún no han afirmado su poder sobre todo el territorio. Los informes de violentos combates siguen llegando de los viajeros procedentes de este país.

MOSCÚ.— (U.R.S.S.) Agencia Tass.

El Presidium Supremo de la Unión Soviética, reunido en sesión extraordinaria, ha hecho público el siguiente comunicado. El gobierno y pueblo de la Unión Soviética no están dispuestos a soportar la injerencia del imperialismo norteamericano en los asuntos del pueblo de Mazonia. Los ideales del internacionalismo proletario obligan al gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a contrarrestar cualquier intento imperialista de desestabilizar la paz y el bienestar del pueblo de Mazonia.

En realidad no fue un final doloroso. Fue una cegadora explosión que visitó al mundo durante setenta y dos horas. Sabías que cuando la luz te llegara, aparte de ser lo último que vieses, ya estarías muerto. La gente murió como siempre había vivido. Trabajando, en el autobús, leyendo el periódico, y unos pocos haciendo el amor. Y otros muchos engendrando hijos.

De todas formas, fue un grave error de los científicos achacar la causa de la muerte del 99,99 % de la población a los efectos de las bombas termonucleares.

Cuando sólo quedamos en el mundo 86.345 personas, nos hemos dado cuenta de que no fueron las bombas caídas del cielo las que acabarán con la vida en el planeta. Sí, todos hemos estado de acuerdo en que la causa última había sido la desnutrición. Habíamos muerto porque la raza humana nunca había hecho caso de su hambre.

Y ahora que sabemos que nuestros días están contados, hemos escrito esto y hemos hecho miles de copias, en papel tisú, muy suave, para limpiarnos el culo.

En Vallecas, 1974