S.B.H.A.C.

Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores - nº 2

Escritores Imposibles

Sáinz-Rozas

Blacksmith

Honorio

El Wili

Antonio Palma

Mario Meléndez

Escritores imposibles

Santa María del Pozo

Las dos novelas que ofrecemos de Mike Blacksmith tienen por escenario el mítico Pozo del Tío Raimundo, concretamente El Común de trabajadores Santa María del Pozo, y lo que quedó de él, el llamado "Comunín". Para que el posible lector se familiarice con el entorno, Mike Blacksmith ha escrito esta página sobre el Pozo del Tío Raimundo y los jesuitas que a él llegaron con unos ánimos que mudaron con el tiempo, pero que en puridad triunfaron más allá de toda expectativa consiguiendo, justo es decirlo, con un gran precio personal, clericalizar al PCE y a toda la izquierda comunista en los conocidos procesos que los famosos curas obreros protagonizaron al final de franquismo y principios de la transición. Nuestra tesis es que toda esta acción social fue en realidad un proceso político de corte jesuítico, en parte personal y espontáneo, y en parte muy bien organizado, al hilo de la inmensa presencia que la Iglesia Católica española tuvo en toda la izquierda comunista, como parte de una aparente concienciación social de la Iglesia, que como todos sabemos, en nada ha quedado.

No sería justo minusvalorar, por contra, la envergadura personal y la talla moral y ciudadana de Llanos y de muchos de los jesuitas y seglares que por el Pozo pasaron, dejando su trabajo, su ayuda, y su impronta en este, ya, famoso barrio. Mike Blacksmith convivió, aunque con cierta distancia personal e ideológica con el cura Llanos y sus próximos durante los últimos años del Común y posteriormente en las dependencias anexas, "El Comunín".

El barrio.

El Pozo del Tío Raimundo es un suburbio de Vallecas a la vera del barrio de Palomeras y la línea del FF.CC. de Barcelona por un lado y de Entrevías-San Diego por el otro. A su trasera, la frontera con los territorios apaches, La Celsa y el Pozo del Tío Huevo. El Pozo no tenía nada de especial hasta que llegaron los jesuitas. Emigrantes de Jaén, Ciudad Real y Córdoba principalmente. El Pozo era un barrio de chabolas. Las chabolas en Madrid no son las chozas de La Celsa, las chabolas son casas bajas de ladrillo, en general de tres piezas, de normal sin agua corriente, ni luz eléctrica, y con un patinillo con un habitáculo para el WC. Más adelante, muchas de estas chabolas tuvieron desagües conectados clandestinamente a las arquetas de las cloacas públicas. Y dado que la mayoría de sus habitantes eran albañiles todas estas labores se hacían con medios austeros pero con esmero, con el cuidado que los albañiles ponen cuando trabajan para ellos. Los materiales, con toda probabilidad, sacados con paciencia y tiempo de las obras donde ejercían. Sus habitantes no eran pobres en el sentido estricto. Eran trabajadores, la mayoría con trabajo, aunque a mediados de los setenta la crisis ya se hacía notar. El golferío abundaba por doquier, a unos cientos de metros, gitanos, mercheros y otras tribus trashumantes ejercían fuerte influencia sobre la juventud del barrio, en una importante parte, ya desocupada. La época verdaderamente dura del barrio, sin agua, sin luz, sin alcantarillado coincidió con la llegada de los jesuitas con Llanos a la cabeza. Los motivos de esta misión fueron aparentemente personales por parte del insigne jesuita. Con un pasado de vencedor, con víctimas de la represión republicana en su propia familia, poco tenía de izquierdista el cura Llanos, aunque sí tenía un tesón a prueba de bomba, que junto a un temperamento de mil demonios y cierta dosis de soberbia, harían pronto de él, el mito que fue. Llanos fue la cabeza de la primera Reducción de la Teología de la Liberación en tierra cristiana, contando incluso con teóricos de la Compañía de la talla de Diez Alegría. Aunque, en puridad, ellos todavía no lo sabían. La flor y la nata de la burguesía madrileña "sensible" desembarco en aquel barrizal. Un barrio, como muchos otros de Madrid, que crecía de noche, como flores de Luna, sólo que eran "casas". Tiempos de esfuerzo, de tesón, de valentía, para un barrio en el fondo afortunado, le había tocado la lotería vital que Llanos siempre llevaba entre las manos. Parece que esta visión caritativa de la vida, tan de la Iglesia, ya le venía al cura Llanos de familia. Ya se sabe, la tradición de socorrer a los pobres y visitar los suburbios de ciertos y especiales creyentes que siempre hubo. Al parecer, fueron unos mendigos espabilados que Llanos conocía de sus obras de caridad los que le dieron la idea de fundar una misión en un extrarradio de Madrid, en este caso el Pozo. Y con la excusa de ayudar al párroco del barrio, para allá se fueron el y su grupo de jesuitas en el año 55. A partir de ahí y con la ayuda, que nunca faltó, comienza la saga de Llanos en el Pozo. El dispensario, la Cooperativa, la Escuela de Formación Profesional 1º de mayo (más tarde Fundación), el Común de Trabajadores Santa maría del Pozo, las escuelas, y finalmente, CoPozo, la empresa cooperativista de trabajadores de la construcción.

Elementos de penetración de los jesuitas en el Pozo del Tío Raimundo.

Infraestructuras.

Primeramente el grupo inicial de cinco jesuitas atacó directamente la especulación de los propietarios de los terrenos aportando cierta infraestructura para paliar la carestía del agua potable con un deposito provisional y unos camiones cisterna que les prestaron en el Parque Móvil Ministerial (si que tenía mano, este hombre). También se buscó un suministro regular de provisiones y vestimentas. El eje de toda la acción de los jesuitas se basó siempre en la creación de las infraestructuras que el barrio pedía a gritos.

Salud.

Seguidamente se creó un dispensario chabola, que con el tiempo se convertiría en un verdadero dispensario con médicos voluntarios.

Trabajo.

Los conocidos que Llanos tenía entre la burguesía madrileña emplearon domésticas significativamente. Llanos recomendó personalmente a muchos emigrantes para Alemania. Las cooperativas dieron empleos seguros a muchos vecinos.

Propaganda.

Muchas de las personas que ayudaban a Llanos, se concienciaron, pasando a formar parte de la estructura "civil" de soporte de la obra de los jesuitas en el Pozo. Algunos incluso se trasladaron al Pozo, y otros más se radicalizaron social y políticamente. También disponían de espacios en publicaciones periódicas religiosas.

Enseñanza.

Guardería infantil "Borja", Grupo Escolar "Trabenco" y Escuela de Formación Profesional "1º de mayo", con un comienzo principalmente de estudios administrativos en mecanografía.

Catequismo.

Sólo inicialmente, hasta que Llanos se adaptó sociológicamente al barrio, es decir, se confundió con el medio, en una exitosa simbiosis entre comunistas y jesuitas a mayor beneficio de ambos, y sorprendentemente sin recelos mutuos. Aunque reconozcamos, que los comunistas estaban muy necesitados de cualquier tipo de ayuda.

Refugio de perseguidos.

En esto Llanos fue excepcional, siempre dio cobijo sin preguntar, incluso a chorizos y maleantes que luego le robaban. Claro, que él tampoco se quedaba corto a la hora de repartir bofetadas al más plantado. Lo que más le sobraba a Llanos era valor personal.

Ley y orden.

Llanos fue también Sheriff de su pueblo. Arreó más bofetadas que nadie, el 90% seguramente con razón. Lo que los chorizos llamaban "dar el agua", allí era "¡Que viene el cura!". Evitó riñas, reprendió a borrachos, detuvo las manos crueles de maridos sádicos. Se enfrentó a los desahuciadores, a los civiles, a todo quisque que viniera a tocarle las narices a su barrio. Incluso organizó unas elecciones a teniente de alcalde.

Ideología.

Llanos creó una ideología de transición entre su pasado integrista y la dura realidad de los currantes. Tenía sus símbolos, al cura le gustaban las banderas (y las tenía de todos los países). Aleccionaba a sus vecinos con su personal entendimiento del mundo. Sin embargo, hasta que Llanos no fichó como comunista a finales de los sesenta, no hubo una verdadera comunicación ideológica entre los jesuitas y sus vecinos. Para todos los observadores que del Pozo han sido, fueron los vecinos del Pozo los que convirtieron (sin serlo, la mayoría) en comunistas a los jesuitas y no al revés. Personalmente, creo que fueron los habitantes del barrio los que se convirtieron al Llanismo. Fenómeno que no se diluyó como la izquierda comunista, y que dejó su especial sello en este barrio.

Economía.

Los jesuitas generaron prontamente importantes actividades de cooperativismo en beneficio de los vecinos. Estas se centraron en el abaratamiento de los consumos eléctricos, en la construcción de viviendas dignas a bajo precio, y en la distribución de mercancías y géneros a precios cooperativistas. La Cooperativa del Pozo, comenzó a marchar muy pronto sola, aunque hubo ciertas críticas sobre su funcionamiento en determinadas épocas. La joya de la corona fue la empresa cooperativista de construcción CoPozo, que llenó el barrio de torres de pisos. Esta empresa tiene historia propia.

Cultura.

El Pozo se convirtió pronto, por efecto del trasiego de gente instruida y el propio motor interno de la inquietud de los jesuitas, en un foco cultural de primer orden durante el largo final del franquismo. Charlas, conferencias, cine, teatro, bailes. Todo contribuía a generar expectativas culturales, no solo en el Pozo, en toda Vallecas, y en todo el Madrid "progre" de la época. Pero la principal "universidad" del Pozo fue:

El Común de Trabajadores.

Fue la más personal de las creaciones de Llanos. Una residencia de Azulejos en la entrada del Común.trabajadores en régimen comunal que se edificó en terrenos cedidos a la Compañía de Jesús (calle Martos nº 10), con capilla (San Raimundo de Peñafort), escuelas, y dos anexos con habitaciones, servicios, cocina, comedor y sala de TV (Terribles Voces). El Común, con 12 habitaciones y treinta comuneros fue pronto la vivienda del cura Llanos y sus jesuitas, que estoicamente compartían habitación con otros comuneros. Esta zona de edificaciones era lo que se denominaba Pozo Nuevo, y comprendía algunas casas bajas edificadas con protección oficial por los propios habitantes con ayuda de voluntarios. Por los motivos que fueran, este primer intento oficial de reducir el chabolismo no tuvo mucho éxito entre los vecinos del Pozo (viejo). Cuando yo entré en el Común (1971) cada día le costaba al comunero (todo incluido) 90 ptas.. La población del común fue inicialmente de trabajadores emigrantes sin domicilio que se acogieron a la baratura del lugar y a lo idóneo (para ahorrar, para casarse) del plan de vida. Sin embargo, pronto comenzaron a llegar gentes de más conciencia social, estudiantes metidos a obreros que convirtieron el lugar en el centro político y de vanguardia del barrio. Administrado inicialmente por los jesuitas, con el paso de los años, los propios comuneros se encargaron de estas tareas, nombrando una junta gestora que provocó la primera escisión de comuneros, un grupo numeroso que abanderado por el jesuita Agustín Drake, un personaje complicado, se fueron a vivir en régimen comunal a pisos del barrio. Tras estos hechos, los comuneros se radicalizaron políticamente, aflorando tendencias muy a la izquierda del PCE, incluyendo grupos clandestinos de acción, que pronto empezaron a preocupar a los jesuitas y al propio Partido Comunista. Las relaciones entre los cada vez más radicalizados comuneros y Charly (mote de Llanos) se fueron agravando hasta que en la nochebuena de 1973 y atendiendo Llanos a las quejas de la cocinera (punto de fricción entre los comuneros y Charly) se produjo una discusión motivada por la ira de Charly ante la falta de cobro de los haberes de la cocinera (la señora Isabel, un poder fáctico a la sombra de Charly). Los comuneros alegaban que las cuentas que presentaba la cocinera no estaban claras, y que tenían congelados los pagos hasta aclararlo. En realidad ambas partes tenían razón, a mi parecer. Pero a Llanos se le subió la sangre a la cabeza y le salió la vena autoritaria que siempre tuvo. Esa misma noche se mudó, con gran escándalo de voces y ruidos, al "Comunín" y días después, cinco de los más tibios comuneros se fueron con él. El Común quedó listo para sentencia. La Fundación 1º de Mayo reclamó el terreno y meses después derribaron las habitaciones y las dejaron convertidas en un simple patio con una solera de cemento. Charly creó el Común y Charly lo mató. Por sus habitaciones pasaron personajes de vidas excepcionales, serios miembros del PCE, izquierdistas de "Revolución o muerte", el propio autor de estas páginas, y también oportunistas de toda laya. Finalmente, relatar una increíble anécdota que enmarca perfectamente la mentalidad de los comuneros resistentes. Tras la última escisión del Común un grupos de radicales decidió dar un susto tremebundo a los traidores del Comunín, Charly incluido. Se fabricó un quilo de pólvora casera que se puso a secar en una palangana en el patio del Común. Para darle mayor énfasis, una par de noches, los rebeldes comuneros realizaron razias sobre el tejado del Comunín, aporreando el tejado y lanzando improperios, que pusieron muy nerviosos a los escindidos. Entonces, un hasta ese momento comunero, Perico Tejeda, se pasó con armas y bagajes a los del Comunín y les advirtió del peligro de bomba. Los del Comunín empezaron a montar guardia por las noches. Afortunadamente, una tarde que los incendiarios manipulaban la pólvora, ¡fumando!, una brasa cayó sobre la palangana produciéndose un enorme hongo de casi cinco metros de altura que los dejó tiesos pero sanos. Los rebeldes abandonaron su idea y los del Comunín pudieron finalmente dormir.

Llanos, Juanjo, y algunos comuneros...

Mito y leyenda del cura Llanos.

La juventud del cura Llanos responde sin duda al ideal jesuítico para los jóvenes (San Luis Gonzaga). Su madurez también responde a otro cliché, el de los curas comunistas. El carisma que todos sus observadores le atribuyen, yo, personalmente, no lo vi por ninguna parte, cuando lo conocí en 1971. El jesuita vivía en el Común de Trabajadores, en la misma estrecha habitación que dos jóvenes comuneros de profesión albañil. Ignoro por qué lo hacía, cuando existían unas dependencias anexas para los curas, mucho más cómodas. Lejos de parecerme un acto de autenticidad, me pareció una mera excentricidad. Desde luego, Llanos no era persona corriente. Para empezar, y en primera impresión, se aparecía al novato como una persona llena de humanidad, tolerante con los jóvenes radicales del barrio y del mismo Común, que para un jesuita de pasado ultra ya tiene mérito. Y exactamente eso fue lo que me pareció, un patriarca, un jefe político religioso, un ayatolah, que diríamos ahora. Con el tiempo comprobé que si se rascaba un poco, tarde o temprano te salía lo que en realidad era Llanos. No era Charly (como gustaba que le llamaran los comuneros). Era el hijo de un general, metido a cura, con víctimas de la represión republicana en la familia (dos hermanos), de formación religiosa y política integrista y que, tras muchos bandazos y fracasos místicos, terminó cayendo en un barrio suburbial, para plantar su Reducción con el apoyo de las fuerzas vivas de la Compañía, y de allí redimir a los pobres a la par que se les aliviaba de su pobreza, lo que por otro lado ya llevaba haciendo algunos años. Sin embargo, no eran los pobres el sujeto de su misión, sino meros objetos en el camino de la heroica (¿y quizá martiriológica?) perfección que Llanos buscaba. Los pobres eran el elemento, el barro con que se hacía la mística Llanista. Por encima de toda la posible ayuda que los hijos de la burguesía "sensible a la miseria" pudiera ofrecer a los pobres del mundo, estaba el por qué de todo aquel trajín misionero, que no era otro que la propia búsqueda de la perfección mística. Una búsqueda completamente normal en la época, y muy común entre la piadosa burguesía de determinados barrios madrileños de alcurnia, cuya fiebre solía descender a unos niveles muy soportables con la pérdida de la juventud. No era este el caso del cura Llanos, que tenía verdaderamente un entusiasmo notable, pese a que la propia inexpresividad del cura lo disimulara muchas veces. Por tanto, Llanos y sus iniciales compañeros de viaje no tenían nada especial con que alimentar sus ideales. No eran activistas, ni revolucionarios, eran meros curas con preocupaciones sociales en misión de la Cía. Tampoco era Llanos hombre acostumbrado a medirse ideológicamente con nadie, ni siquiera teológicamente, como su compañero Diez-Alegría, aunque durante mucho tiempo, tampoco tuvo con quién. Llanos era acción social jesuítica en estado puro. Con un carácter extraordinariamente cambiante, como todos los enfermos gástricos, y con las virtudes de los candidatos a mito del tardofranquismo. A principios de los sesenta, Llanos aún tenía las páginas de su ideario prácticamente en blanco, salvo las tonterías falangistas y las aún más peregrinas de su época pinillista. Nada tuvo pues de extraordinario, que en su quehacer diario de levantar aquel barrio del lodazal en que se encontraba, se diera cuenta de que la pobreza tenía ideología propia en el Pozo, y esa ideología tenía nombre y apellidos en el barrio y en su propio entorno. Fueron estas gentes las que convirtieron a Llanos y Llanos quien transformó a todos los rojos del Pozo de antiguos quemadores de iglesias a respetuosos, aunque escépticos, tolerantes de los religioso. Esta simbiosis es señalada por todos los observadores como muy beneficiosa para el barrio. Yo tenía mis dudas entonces y las confirmo ahora. En cualquier caso, con la pública toma de conciencia del cura, el ala progresista de la Compañía se volcó en ayuda de Llanos. Igualmente, los comunistas le dieron credibilidad política, y el jesuita descubrió que la coherencia de ayudar a los pobres y de pensar como ellos es fundamental para entender lo que realmente les pasa. Este fue el final del corto camino ideológico del jesuita. Así que primero fue el mito del cura que ayuda a los pobres, casi un santo, y después la leyenda del cura comunista. Una cosa no hubiera funcionado sin la otra, y menos en los tiempos que corrían. Y en su andar de comunista, Llanos nunca tuvo que instruirse en las teorías marxistas, ni falta que le hacía. La conversión era simplemente pública, como la "piedad" de los romanos. Uno se declaraba públicamente de Comisiones y el resto se sobreentendía. Lo demás es fácil, a sacarle parecidos a Partido y a la Iglesia, cosa también fácil, por otro lado. Así que eso es lo que le salía al cura Llanos cuando alguien le tocaba las narices. Un cura autoritario pero bueno, un tipo de acciones vehementes pero sin método ni razones propias, un tipo grandón, a veces bonachón a veces insoportable que nunca ni de palabra ni de escritura reflexionó seriamente sobre su obra, ni se planteó su continuidad, ni quiso crear escuela, ni impartió doctrina alguna, porque nada de eso tenía, más allá de las pamplinas místico-filosóficas de su juventud. Llanos era un activista. Empezó sus tareas por encargo y terminó por crear las suyas propias al pairo de otros con ideología propia a los que subyugó, y en cierto modo domesticó atrayéndolos al redil de la Iglesia, aunque fuera un especial redil. En suma, su voz se oyó entre las nuestras, pero no lo era. Mi balance personal del cura Llanos es positivo respecto del hombre, pero negativo del cura comunista, oficio que no he comprendido jamás, y que se tradujo, frente a lo que creen muchos, en un creciente poder de la Iglesia en instituciones populares durante el final del franquismo y principios de la transición, colaborando grandemente a la general desactivación de las fuerzas de izquierda, laicas y socialistas. Personalmente, también, reprocho al cura Llanos y su entorno el dejar morir el Común de Trabajadores cuando se les puso incomodo. La obra de Llanos es por otro lado ingente, pero más allá de la mejora material que el mero barrio sufrió, y de la que determinadas personas también se beneficiaron, en nada permanente se tradujo para la izquierda, ni se multiplicaron las experiencias del Pozo a otros lugares, ni se crearon iniciativas semejantes en otros barrios próximos al Pozo, mucho más marginados, como la Celsa, o el Pozo del Tío Huevo, ni el barrio se comportó de manera especial cuando todo el capital político del final de franquismo y principio de la transición se disolvió como el azúcar con la llegada de los socialistas al poder. De la obra de Llanos, solo sobrevive fundamentalmente la Fundación 1º de Mayo, un consorcio privado concertado. Y eso, sí, las viviendas, miles de viviendas.

Personajes del Pozo que más conocí.

Charly: José María de Llanos.

Morejudo, hermanos Morejudo. Los barandas de la Escuela 1º de Mayo.

Monago, Paco. Un cura de vocación tardía que trabajaba con niños.

Juanjo Ponce. SJ. El párroco del Pozo entonces. Un tipo formidable.

Diez-Alegría. SJ. El teólogo amigo de Charly. Muy buenas intenciones, buena persona, espartano como el que más, pero poca chicha política a ojos de un radical.

Pepe el manquillo. Uno de tibios que se fue con Charly. Era buena gente.

El Lele. Tonto del barrio. Rubio y de ojos azules. Muy bueno para los mandaos. Un tonto entrañable.

Sr. Tomás. El pipero, eternamente a la puerta del Común con su carricoche.

Paquitín. Joven de madre gitana, a la vera del chollo del Común, sin ninguna formación política y que se fue con Charly para conservar el techo. Trabajaba en CoPozo.

Zapata. Estudiante de tendencias moderadas.

El Catalán. Id, pero más radical.

Pedro Barragán (el de la 10). Un radical del PCI cargado siempre de misterios y panfletos.

Rivero. Un gitano muy gordo pero de mucha cabeza. Socarrón y dicharachero. Se casó con la hija paya de un tendero. Buena gente.

El Granada. Un comunero granadino muy castizo.

Perico Tejeda. De pastor analfabeto a médico. Probablemente la historia más increíble de todos los comuneros. Un verdadero superviviente.

Jesús Ropero. EL Pequeño. Activista de C.A.S.A., hermano de un baranda de CC.OO. de Toledo. Buena gente. Otro de vida increíble.

El Isi. Un comunero de Toledo muy rarito. De la escuela de Embajadores.

Ismael. Otro comunero de armas tomar. También de la escuela de embajadores.

Pedro San José. Hermano de la Begoña de CC.OO. Un experto en todo. Piloto, paracaidista, luchador, etc... Estuvo a punto de incendiar el Común una vez que se le fue la mano con la gasolina de los cócteles. Entonces militaba en Bandera Roja.

Emilio. Un productor al mejor estilo franquista. No se sabe qué hacía en el Común. Era manchego, Talocha (yesero) y buena gente.

Sra. Inés. La señora de la limpieza. Era muy simpática y trabajadora.

Sra. Isabel. La cocinera. Adoraba a Charly. Buena gente y muy entregada al Común.

El Rizos. Un corpulento comunero extremeño, cabal, leído y con mano para las mujeres. Se fue para Barcelona y se hizo baranda de un sindicato.

Capirro. Manchego, hermano de un capitoste de CoPozo. Entre los dos le hicimos una buena huelga a la empresa de transporte TEISA. Buena gente.

Jose Luis. Un radical que no paraba de follarse a las mejores tías de Vallecas. Algo inexplicable. Se enfrentó con Charly la nochebuena del 73, escena de la que fui testigo y en cierto modo también protagonista, pues entonces yo era el tesorero.

El Graco. Comunero y trabajador de Terpel, empresa que protagonizó una de las más duras huelgas de la transición.

Enlaces.

http://www.filosofia.org/ave/001/a032.htm

http://www.delace.es/presentacion.htm